Don Pedro, devastado por la muerte de su hijo Mateo, enfrenta a Andrés con una mezcla de dolor y furia. Andrés intenta explicar que el accidente ocurrió debido a una falla en los frenos y el embrague del vehículo, pero Don Pedro no se conforma con esa explicación. Con décadas de experiencia en automoción, insiste en que tales fallos no ocurren de manera espontánea. Andrés finalmente admite que el vehículo necesitaba una revisión a fondo que nunca se llevó a cabo antes de que Mateo lo utilizara.
Don Pedro, incrédulo y enfurecido, exige saber por qué se permitió que su hijo montara en una furgoneta defectuosa. Andrés revela que el mecánico responsable, Felipe, aseguró haber hecho las reparaciones necesarias, pero ahora sabe que mintió. Sin embargo, Felipe había sido despedido días antes del accidente por su desempeño problemático y errores previos, lo que agrava aún más la situación. Don Pedro lo interroga sobre cómo pudo despedirlo sin confirmar que las reparaciones se hubieran completado correctamente, tachándolo de irresponsable.
Aunque Andrés asume toda la culpa y declara que no espera el perdón de Don Pedro, este último lo deja claro: nunca lo perdonará. Con un corazón lleno de ira y dolor, le recuerda que Mateo, recién casado y con toda la vida por delante, perdió su futuro por un error que Andrés podría haber evitado. Este tenso enfrentamiento pone de manifiesto no solo la tragedia personal, sino también las fallas humanas y profesionales que llevaron a un desenlace devastador.
