En un giro inesperado, Marta se enfrenta nuevamente al peligro cuando el matón regresa para intimidarla, dejando claro que sabe más de lo que aparenta. “¿Qué demonios haces aquí?” le espeta Marta, visiblemente tensa. El hombre, con una sonrisa burlona, le responde: “¿Creías que te librarías de mí tan fácilmente? Mandar a tu perrito Tasio no resuelve nada.”
Aunque Marta insiste en que el asunto debería estar zanjado, el matón la interrumpe, mencionando a Santiago, un conocido de Marta, a quien había golpeado previamente. Entre amenazas veladas, el hombre revela lo que Santiago confesó entre golpes: Marta y Fina estuvieron juntas en un parque, un detalle que ahora utiliza como arma.
“¿De qué hablas?”, pregunta Marta, intentando mantener la calma. Sin embargo, el matón no se deja engañar. “Creo que sabes perfectamente de qué hablo. Y si no, ¿por qué me habrías pagado para atacar a alguien que denunció a una de tus empleadas?”
El hombre lleva las amenazas a otro nivel, sugiriendo que podría denunciarla a las autoridades por contratarle como matón y por su orientación sexual, poniendo en riesgo la reputación de Marta y su empresa. Aterrorizada, Marta cede: “Está bien, pagaré lo que pides, pero debes prometer que no volverás a molestarnos.”
Sin embargo, las demandas del matón han cambiado. Ahora exige pagos mensuales, amenazando con implicar a toda la familia de Marta si no cumple. Con una última advertencia, fija la hora límite: “Quiero mi dinero hoy, a las 8. Más te vale aparecer, o atente a las consecuencias.”
La amenaza pone a Marta contra las cuerdas, mientras el peligro acecha cada vez más cerca.